jueves, 23 de julio de 2009

Atención preferencial...


Hay días en los que me despierto más embarazada que nunca. Es decir, sensibilísima. Días (sobre todo si la noche anterior no he descansado demasiado bien), en los que me despierto sintiéndome la "pequeña vendedora de fósforos", la niña abandonada, la no querida, la solitaria, la mujer que ha perdido el control de su cuerpo físico y a la que se le avecina el descontrol del mental-espiritual. Hay días en los que reclamo cariño no sólo de mi pareja sino del UNIVERSO ENTERO porque claro, NADIE ME QUIERE Y NADIE ENTIENDE LO QUE SIGNIFICA ESTAR EMBARAZADA.

Hoy empecé el día con un quejido. Un ligero y tierno reclamo de calor en una mañana de dolor de muelas. Como siempre, recibí el cariño respectivo y más. Me di una ducha caliente y empecé con el ritual de cremas corporales para que la piel no me reviente de tanto que se anda estirando para hacerle campito al bebé. Me descubrí una estría nueva en un lugar al que mi mano con crema no había llegado. No pensé que me fueran a salir estrías ahí. Ya me lo habían advertido: "Hasta en la espalda cholita, hasta en la espalda." No soy una neófita con las estrías. Tengo una piel muy jodida y las estrías me visitan ingratamente desde mi adolescencia cuando di mi primer y único estirón. Pero esta estría, me tomó por sorpresa. Pensé que mi cuerpo evolucionaba y revolucionaba solo. Sentía que mientras más meses pasaban más control de mi cuerpo iba perdiendo. Y es así. Hace un mes que no puedo levantarme de una cama si no es poniéndome de costado y empujándome con el brazo sintiéndome así una especie de versión femenina de Gregor Samsa.

Termino de ponerme las cremas, me visto y salgo de casa al laboratorio donde tengo que hacerme unos exámenes de sangre. Hemograma, glucosa, etc. Llego al laboratorio y me dan un numerito. Pienso que deberían tener atención preferencial. No veo ningún letrerito y nadie le hace caso a mi panza que yo exhibo entre orgullosa y víctima por tener que esperar como todo el mundo mi turno para pagar mis análisis. Llega mi turno y me atiende una señora con mucho maquillaje. Me siento no sin antes decir "buenos días" con una sonrisa melancólica en el rostro y porsupuesto, no sin antes exhibir mi gran panza de 5 meses. La señora ni levanta su rimel. Secamente me dice "buenas". Yo, la pequeña vendedora de fósforos, saco mi papelito arrugado con la orden de los exámenes y le digo: "Hola, me tengo que hacer un hemograma, un examen de gluco..." Me interrumpe el lapiz labial: "¿Su apellido?" La miro fijamente un segundo más de lo usual. La miro. Le digo: "Lindo". "¿Segundo apellido?" La miro, intensamente la miro y siento como la pequeña vendedora de fósforos se va convirtiendo poco a poco en la mujer pantera. "Biondi", le digo, "con "b" grande, "i" latina y mi nombre es Jimena con "J"". No quiero sacar a la mujer pantera de su jaula porque en estas situaciones voy a pérdida. Su fuerza es demasiado grande para esta situación. Ya me ha pasado: sobrepaso las situaciones con la fuerza destructora y pierdo. Luego termino destrozada por mis propias muelas. Llega mi hermoso marido y se pone a mi lado. Me toca el hombro y yo no puedo evitar y es que NO PUEDO EVITAR decirle en voz medio alta para que se entere la del maquillaje: "Que malcriada es...". Entonces, sucede lo que tiene que suceder, la señora de ojos brillantes me pregunta: "¿Malcriada porqué?" Y me doy cuenta en ese momento que estoy perdida. Tengo dos opciones: la mujer pantera o la pequeña vendedora de fósforos. Pienso rápido qué energía me conviene más. Cual es la menos destructora. Cuál de ellas dejará el recinto casi intacto. Me decido, respiro, la miro y le digo tranquilamente: "Creo que has sido muy desagradable conmigo desde que llegué. No se si es porque yo estoy embarazada y estoy más sensible pero siento que no has sido muy amable conmigo..." Y ya para este momento la rabia contenida sale en forma de río y me relajo mientras mi hermoso marido me sigue haciendo cariño y yo sigo mirando fijamente y con tranquilidad a la señora y ella me mira y me pide disculpas y se preocupa y me pregunta si ya pasó. Yo le digo que sí, nos amistamos y me voy a hacer mis análisis sintiendo que no pasó nada, que por mi pasaron mil cosas pero que el efecto no destruyó nada ahí afuera. O por lo menos no tanto.

Salgo de ahí y me voy a cobrar un dinero del seguro en el que tampoco hay atención preferencial. Saco mi libro y hablo por teléfono con gente que me haga reír para no molestarme por el tipo que veo está intentando robarme el turno. Respiro. Suficiente se ha movido mi psique y recién son las 9.30 de la mañana. Camino a casa, salgo con mi prima a almorzar, tomamos café descafeinado, comemos ensalada de pasta, conversamos largo y tendido. Salgo a Larcomar, es la hora de ir a trabajar. Voy a comprarme otro café descafeinado, me toca el turno, pongo mis cosas sobre el mostrador para pedir mi café favorito cuando a mi lado se ponen dos monjas jóvenes y piden sin más ni más su orden. Pregunto si ellas estaban primero. Una me dice que siga yo y cuando voy a hablar la otra habla sobre mi y da su orden. Cafés con chocolate. Yo me quedo estupefacta y siento como mi santa panza crece en punta de flecha. La miro y río con sorna. Me pregunto como una "servidora del señor" no le puede dar el paso a una embarazada y la pequeña vendedora de fósforos y la mujer pantera empiezan a conversar. La chica del mostrador me hace ver que ella estaba antes sólo que se había distraído mirando el merchandising y yo no la había visto. La señorita monja me dice: "Es cierto... es cierto" Y yo le digo: "No, si yo te creo. Yo tengo fe". Y me rio, malcriadita. Mientras piden su extensa orden, le digo a la señorita que atiende entre risas que sería chévere que tuvieran atención preferencial... Y yo misma mientras lo digo me rio porque pienso que no es que no pueda esperar un turno para pedir mi café sino que mi panza ha desarrollado una especia de ego propio. La monja termina su orden super cool (porque era una monja muy "ella"como diría mi madre), se va y hago mi pedido con ganas de escribir y de hablar pestes de la monja y sus modales. Me siento y empiezo a escribir este post cuando de pronto veo que viene la paloma mensajera, una figura larga y ploma se acerca a mi y pregunta si puede sentarse. Dios..., pienso (nunca mejor dicho), es la monja. Se sienta y me explica el malentendido. "Tú no me viste, pero yo estaba hacía rato esperando y blah blah blah, tal vez fue un malentendido pero blah blah blah..." Yo la miraba y me insertaba en sus ojos grandes, oscuros y fuertes, y pensaba en el significado de todo esto. Me he pasado el día entero pidiendo "atención preferencial", me he pasado el día entero reclamando atención, reclamando "preferencias", la monja está sentada frente a mí y yo me siento como en una confesión. Me dan un poquito de ganas de llorar pero no lo hago, y me doy cuenta de que quisiera liberarme con ella, que me abrace y me diga que todo va a estar bien. Pero es sólo un segundo. Me pregunta: ¿"Todo bien?" Y yo le respondo: "Sí, gracias". Se levanta, se va y yo me quedo aquí, sentada, ya no con ganas de insultar al santo oficio sino... no se... confundida y pensando en esas dos palabras que no dejan de resonar en mi cabeza: "Atención preferencial... atención preferencial..."