viernes, 30 de enero de 2009

Por compartir...

Esta es parte de una entrevista realizada al escritor Jorge Diaz Herrera por Perú 21 el día de ayer
Sólo por compartir...
"Creo que la obra literaria es aquello que le sobra al escritor, es decir, lo que lo rebalsa, lo que ya no cabe bajo su pellejo. Lo que más perdura en mí son los recuerdos de infancia y juventud. Abren en mí melancolías inconsolables y, también, alegrías, desbordantes. En ese "maremagnum" van formándose los temas que luego escribo. Nunca me siento a escribir sino cuando ya tengo resuelto el problema de lo que escribiré. Después, en el desarrollo, vienen las sorpresas, lo no pensado. Quizá valdría decir que en mis obras literarias se hilvanan lo consciente con lo inconsciente, lo que quise decir con lo que no imaginé decir, lo que viene de donde sé y lo que viene del misterio."
Sólo por compartir...

domingo, 25 de enero de 2009

¿Cuál es tu cau-cau?

Una niña me acompaña. Una niña ha crecido dentro de la atemporalidad de mi inconciente. Una niña responde por mi, guiña el ojo por mi, hace pucheros rechazando lo que no quiere y manipula con carita de inocencia pendeja. Existe en mi desde mis tiempos sin memoria. La creé para mi, para mi defensa, a mi favor, es un elemento de mi estrategia militar para afrontar la vida. Habla desde ese sótano de época infantil y llanto al que sólo vuelvo para elaborar...Para recoger imágenes... Para aprender...
No me gusta la nostalgia. No encuentro un pasado mejor que este presente y jamás me dejo engañar por la sonrisa dulce y el rulo dócil de la niña que fui y que veo en las fotos. Pero la niña de la que les hablo es y no es la niña de la foto. De hecho, la niña de la que les hablo, fue en algún momento la niña de la foto para luego dejar de serlo. La niña de la que les hablo fue niña pero también tuvo diez, quince, veinte y treinta años, quedándose aun así pequeñita, estancada en el suceso, sin más tiempo que el dolor de un momento de hace mucho, sin poder elaborar el hecho inentendible.
Me pregunto ahora si la creé yo o si simplemente fue "permaneciendo". Puedo suponer que en algún momento fue utilizada como estrategia y al darme cuenta de su buen funcionamiento la incorporé a mi ser. Para siempre.

¿Puedo decir "para siempre"? ¿Tendría que decir "hasta ahora"? Digo entonces que "para siempre" "hasta ahora", la niña habita en mi y que a veces se apodera tanto de mi, que me pierdo en su mundo juguetón de bailes, pucheros y arrumacos.

Pero quiero ser una adulta. Quiero ser totalmente una mujer adulta. Y esta pequeña que no tiene que ver con "el niño que todos debemos conservar", ya me está empezando a incomodar.

La niña tiene vida propia. Se perfectamente el camino que debo tomar para encontrarme con ella. Es un camino fácil y la estadía es o por lo menos era, bastante cómoda, cálida y agradable. Como sentirse en casa. En mi elemento. Mi niña sabe como responder, mirar, negar, afirmar, e incluso como coquetear.

A los siete años conversaba aterrada con mis amiguitas de segundo grado del colegio sobre la inminente llegada del "apocalipsis" (años 80´s, guerra fría, botón rojo, películas horribles, etc..). Yo, asustada pero muy convencida les decía: "Sólo los niños se salvarán. Me lo dijo mi abuela". Y sentadas bajo un arco de fútbol en un recreo del día de gimnasia suspirábamos porque a nosotras no nos iba a pasar nada.

Tal vez fue ahí que decreté que siendo una niña una estaba libre de peligro. Tal vez fue ahí que decidí ser una niña "para siempre".

Lo que una no toma en cuenta cuando formula este tipo de decretos, es que la niña puede crecer en nosotros sin dejar de ser niña pero volviéndose más pendeja, tomando más terreno, más conciencia de sus armas para con los demás y para con una misma. Mi niña sabe como permanecer y cada vez me es más duro sacármela de encima. Mi niña puede convertir una relación adulta en una niñería sin responsabilidades. Puede hacerme quedar en ridículo cuando hago un puchero con mis arrugas de treinta y dos. No es lo mismo hacerse la niña a los quince que ahora. Pero en fin...

Lo más importante es que me molesta a mi. Que ya no me apetece sacarla a pasear. Se que hay cosas que quiere decirme, se que debo escucharla. Se que es pendeja porque está triste y que se quiere quedar porque no la he escuchado debidamente. Se incluso que se siente utilizada por mi. Se también que he decidido escucharla, observarla. Sin aspavientos, sin desesperación. Con calma. Parar la oreja y curiosear un poco preguntándole: ¿De dónde vienes? ¿Qué es lo que pides?, o, más claramente y como diría mi padre: "Oye chibola...¿Cuál es tu cau-cau?"

domingo, 18 de enero de 2009

El grito de Munch

Ok...He perdido credibilidad....Ok...Hace décadas que no escribo y mi verbo está desgastado. Ha pasado mucho tiempo, muchas cosas, muchas fiestas... Mucho alcohol bajo el puente, muchas palabras, muchas miradas, muchos perdones, muchos fuegos artificiales, regalos, cenas familiares, lágrimas, carcajadas, cambios de humor, atardeceres con champaigne y uvas, "te amos", propuestas indecentes, deseos, barrigas infladas, piel tostada, cosas cotidianas, cosas salvajes, amores, lecturas, nostalgias, decisiones... Tanto, tanto que no sabría por donde empezar. Dejé de escribir. Un buen día dejé de escribir. Me fui por las ramas, escribí lo que me indignaba de mis diarias lecturas políticas y me alejé un poquito del tema de la mismayo. No quería hablar de mi. No sabía que decir. Sentí de pronto que todo se había vuelto demasiado personal. Todo era muy mio y sentía verguenza de decir ciertas cosas.

Ahora me siento frente a mi ordenador, en mi café favorito, bebiendo mi café favorito, ya sin fumar porque llevo dos semanas sin hacerlo (lo extraño maldita sea, lo extraño), y quiero volver. ¿Me dejarán? ¿Me dejaré? Lo intentaré igual.

Pienso...¿De qué me gustaría hablar? Y recuerdo las recientísimas imágenes que he recibido por Internet sobre el conflicto en Gaza. No quiero hablar de eso. Pero, uno se siente imbécil de hablar de otra cosa. Aun así me pregunto. ¿De qué me provoca hablar? ¿Que me sugiere este café? ¿La música clásica que escucho?¿La bulla de los que beben cafés conmigo? ¿La caminada del dueño italianísimo y simpatiquísimo de quien cuentan las malas lenguas...es facista como el solo? Hace poco le escuché decir a uno de sus comensales que en su época los niños comían lo que la "mamma" preparaba. Una cosa para todos. Ahora los niños pedían cada uno algo distinto y los padres lo aceptaban. "Es por eso", dijo, "que hay tanto gay en el mundo." Un horror.

Es domingo y estoy sola. Me gusta estar sola (también). Me siento bien. Mi novio está trabajando y tengo el día entero para mí. Me fui a la peluquería un rato y luego, con mi laptop a este café. Mi familia está en la playa, y yo pensé que no era una buena idea juntarme con ellos. He tenido algo así como una "sobredosis traumática de recuerdos salvajes" en las navidades que ha dejado en mi psique rezagos incomprensibles y difícilmente organizables y reparables. Juro que es verdad. Hay etapas (para mi, diciembre es una de ellas) en las que la mente recibe tal cantidad de información que todo se desorganiza y la mente se queda desordenada como el cuarto de un adolescente apestoso. Así estoy ahora. Mi cabeza tiene la ropa tirada y calzones sucios en el suelo, la televisión está encendida a todo volumen y por ahí una radio dice cosas que no entiendo. Por la ventana entra un aire que hace que los papeles que están en el escritorio vuelen y mece también la lámpara china alrededor de la cual revolotean polillas y moscas. La luz no está encendida. No es de noche. Tampoco de día. Alguien me llama fuera de la puerta. Es una voz de hombre fuerte. Algún charco se ha formado producto de mis pies mojados. Entré sin secarme. Sin toalla. Sin protección. Loca. Pastrula. Hay aretes de strass tirados por el suelo como los que usaba para los matrimonios en los 90´s. Recuerdo una piscina y un arete flotando. Alguna vez caí a las 3 de la mañana, al agua. Pero eso no importa tanto ahora. Mi cuarto está destrozado. No huele mal pero todo está fuera de los cajones y ahora no se por donde empezar. Supongo que tengo que ordenar aunque por ahí hay una necesidad también de echarme en la cama y simplemente mirar...No puedo dejar de pensar en la común frase: "Ten cuidado con lo que deseas que se puede hacer realidad". Hace un par de meses en mi "sanidad" me preguntaba...¿Dónde coño está el grito de Munch? Mi propio grito de Munch...Ahora el grito de Munch es mi barriga, mi ombligo. No quiero abrir la puerta. Se que debo salir pero no puedo dejar todo tan desordenado. Y ya no recuerdo...¿Dónde iba la pintura del naufragio que hice a los 8 años? Desde mi posición la veo pero ya no se donde la guardaba. Cuando tenía 8 años nos mandaron en el cole a pintar un "día de playa" y mientras todos mis compañeros pintaban con los plumones de colores sombrillas, chicos y chicas jugando voley y el mar lleno de bañistas, yo pintaba sombrillas, chicas en la arena con bikinis y pelos rubios cogidos a un costado y allá por el fondo sin que nadie se enterase, un barco llamado "Titanic" del que se tiraban personas y barcos inflables alrededor llenos de gente intentando salvarse. Gracioso. No fue un cuadro hecho a conciencia. Lo llevé a la conciencia en una sesión psicoanálitica y me sentí tierna. Y ahí está el cuadro nuevamente. Es una cartulina y no recuerdo donde la guardaba para no dañarla. Es parte de mi. Es también mi historia. Parte de mi simbología. Me gusta. También se deja ver por debajo de la cama destendida una minifalda a cuadros pequeñísima. Es mía. Me la compraron mi hermana y mi madre cuando yo era chica contra mi voluntad. No me gustaban las minifaldas. Yo era muy púdica y no quería enseñar mis piernas que en esa época eran un par de calambres durísimos y bien formados por el ballet. Cuando me ponía una falda corta en las reuniones, mis padres hacían que yo les enseñara las piernas a todos para que vieran mis músculos. No me gustaban las minifaldas. Me gustaba el terciopelo y los lazos, pero extrañamente, no encuentro nada de eso tirado por el suelo.

Necesito buscar la forma de ordenar un poco y salir a tomar el aire pero me da una flojera enorme. Alguien me llama desde fuera pero yo no quiero salir. Estoy mojada y el agua chorrea por mi cuerpo. Es posible que pesque un resfrío. Miro alrededor y veo el botiquín. Es cuadrado de madera, color verde agua. Es antiguo. Me gusta. Lo abro y todas mis pastillas están ahí pero sin nombre. Debo encontrar la forma de organizar un poco el desastre. Ahora que estoy en él, me doy cuenta de que no lo quiero más. Me parece increíble haber extrañado este cuarto torcido, adolescente, este cuarto sucio y confuso. El grito de Munch es mi ombligo. Ahora extraño a mi monalisa. Quiero volver a mi origen. Esta soy yo y no soy yo. Este cuarto es mío pero de antes. Esta era yo pero ya no. Ahora las cosas no son así. Tengo que ordenar. Ordenar y salir, volver, ordenar otro poco, salir, organizar un poquito, guardar el cuadrito y la minifalda, salir. Oler mi ropita, reconocer nuevamente que todo eso es mío, pero que es mejor en orden. ¿Cómo pude extrañar este desorden?