Regresaba ayer de una discoteca a las 4.20 am. Estaba en mi coche escuchando música por la radio. Estaba contenta. Había bailado muchísimo, visto gente a la que quiero, había conversado, bebido una cerveza, y sonreído. Fue una buena noche. Intento que todas las noches que decido salir, tengan algo de especial. Detesto esa sensación demasiado conocida de "noche-nada". Nisiquiera "mala noche". Sino, noche-insulsa, sosa, tonta, "pérdidadetiempo-noche". Al día siguiente, ojeras, resaca, deshidrataciòn y depresiòn. ¿Para qué entonces? Dice mi terapeuta que yo salgo siempre en busca de mi príncipe azul. Y, claro, nunca lo encuentro. No es un objetivo conciente por cierto. En Madrid, ciudad donde viví 5 años, tuve muchas noches de espera, de deseo, de búsqueda loca. No me hacía salir de casa la idea de pasarme un buen rato con los amigos, salía de casa con la idea de no volver más. De despertarme al día siguiente y olvidar que el dìa anterior existió. O lograr que el día siguiente no existiera más. O lograr tal vez, que esa noche, un prìncipe azul, me cambiara la vida para siempre...pero ese es tema para otro cuento. Inconcientemente, querìa erradicar días. Hacer que el año durara menos y que la muerte estuviera más cerca (risa y burla final). El adormecimiento es la mejor manera de parar el dolor. Dormir. Adormecer. No estar. Destruir. En mi coche a las 4.30 am pensè en el significado de la palabra "autodestrucción" que vi en el diccionario de la real academia española:
"Destrucciòn de si mismo."
Nada màs. Me espantò un poco esta definición por su contundencia y su frìa creencia en que todos sabemos que coño es "sí mismo".
Pensé en mi misma y en la lógica cartesiana: "Salgo, bebo, me idiotizo, luego NO existo." Me aclaro a mi misma que la autodestrucciòn no tiene que ver con el "beber" en su mismidad... tiene que ver con la forma y con el profundo para qué que implica ese beber. Recuerdo que en Madrid salía por las tardes a beber cañas de 1 euro. La matemática elemental nos dice entonces que con 10 euros ya me podía haber adormecido y con los los 500 gr. de mani de cortesìa ingeridos (las "tapitas"), ya podía volver a casa ebria, culpable y gorda. Nada más sano.
Cuando la "fiesta" para uno tiene que ver con olvidar, cerrar, dejar atrás, adormecer, idiotizar, no "ser"... esto, genera una cadena infinita de negaciones. Uno no olvida, no cierra, no deja atràs... Uno cree que lo hace, pero nuestro yo pensante de 30 años, sabe que todo regresa. Que todo grita por ser resuelto y por ser mirado. Cada cuestiòn clama por su momento de reflexiòn. Y uno, se lo quita. Fumas, bebes, te estimulas y el dolor desaparece. No sé que adolescente interior nos hace pensar que el dolor no volverà. Mi adolescente interior es la nena que no quiere pensar. La nena que quiere olvidar lo que sucede en casa, en su interior, la que se mira las caderas al espejo y se ve gorda. La que se ve los granos en el cutis rosa y delicado de su mejor amiga. La que se siente de 30 a los 14. La que se pone crema para las arrugas a los 15. La que llora con la almohada pegada a la cara para que no la oigan. La que no tiene cerradura en la puerta de su habitaciòn. La que usa casacas amarradas al culo para que no se lo miren. La que llora de rabia porque un hombre le dice una guarrada en la calle. La que busca desesperadamente al novio que sus amiguitas ya tienen. La que miente y dice que besa chicos por ahì. La que nunca ha besado a un chico. Me siento sola, dice. Ve televisiòn, fuma un cigarro en la ventana de su cuarto para no dejar evidencia, y se pone morada de ron pampero con coca-cola con su mejor amiga que tiene una madre castrante. Se juntan de tarde en su casa. Se encierran en su cuarto y sacan el I-ching. Se lo leen e interpretan mutuamente mientras beben cuba libres y fuman cigarrillos. Tienen 14 años. Hablan de sus familias. De chicos. De sus familias. Se emborrachan. Se adormecen.
Hace tiempo que pensé que debía tener cuidado. Me dio miedo pensar en una cadena infinita de negaciones. Si la afirmaciòn es el "instante", la negaciòn es lo contrario. Y lo contrario sería entonces, huír del instante. Mi adolescente vivió la huída. Mi adulta también. Y no sirve de nada. Todo clama por ser revisado, visto, oìdo y hasta querido. Pienso que la autodestrucción tiene que ver con la huída del instante. La autodestrucciòn es decìrse a uno mismo: No. O como dirían en una peli que vi: "Es la constante negación a la invitación de dios a la eternidad." Llegué a mi casa y me eché en la cama concientemente adormecida. Bien.
Pensé en mi misma y en la lógica cartesiana: "Salgo, bebo, me idiotizo, luego NO existo." Me aclaro a mi misma que la autodestrucciòn no tiene que ver con el "beber" en su mismidad... tiene que ver con la forma y con el profundo para qué que implica ese beber. Recuerdo que en Madrid salía por las tardes a beber cañas de 1 euro. La matemática elemental nos dice entonces que con 10 euros ya me podía haber adormecido y con los los 500 gr. de mani de cortesìa ingeridos (las "tapitas"), ya podía volver a casa ebria, culpable y gorda. Nada más sano.
Cuando la "fiesta" para uno tiene que ver con olvidar, cerrar, dejar atrás, adormecer, idiotizar, no "ser"... esto, genera una cadena infinita de negaciones. Uno no olvida, no cierra, no deja atràs... Uno cree que lo hace, pero nuestro yo pensante de 30 años, sabe que todo regresa. Que todo grita por ser resuelto y por ser mirado. Cada cuestiòn clama por su momento de reflexiòn. Y uno, se lo quita. Fumas, bebes, te estimulas y el dolor desaparece. No sé que adolescente interior nos hace pensar que el dolor no volverà. Mi adolescente interior es la nena que no quiere pensar. La nena que quiere olvidar lo que sucede en casa, en su interior, la que se mira las caderas al espejo y se ve gorda. La que se ve los granos en el cutis rosa y delicado de su mejor amiga. La que se siente de 30 a los 14. La que se pone crema para las arrugas a los 15. La que llora con la almohada pegada a la cara para que no la oigan. La que no tiene cerradura en la puerta de su habitaciòn. La que usa casacas amarradas al culo para que no se lo miren. La que llora de rabia porque un hombre le dice una guarrada en la calle. La que busca desesperadamente al novio que sus amiguitas ya tienen. La que miente y dice que besa chicos por ahì. La que nunca ha besado a un chico. Me siento sola, dice. Ve televisiòn, fuma un cigarro en la ventana de su cuarto para no dejar evidencia, y se pone morada de ron pampero con coca-cola con su mejor amiga que tiene una madre castrante. Se juntan de tarde en su casa. Se encierran en su cuarto y sacan el I-ching. Se lo leen e interpretan mutuamente mientras beben cuba libres y fuman cigarrillos. Tienen 14 años. Hablan de sus familias. De chicos. De sus familias. Se emborrachan. Se adormecen.
Hace tiempo que pensé que debía tener cuidado. Me dio miedo pensar en una cadena infinita de negaciones. Si la afirmaciòn es el "instante", la negaciòn es lo contrario. Y lo contrario sería entonces, huír del instante. Mi adolescente vivió la huída. Mi adulta también. Y no sirve de nada. Todo clama por ser revisado, visto, oìdo y hasta querido. Pienso que la autodestrucción tiene que ver con la huída del instante. La autodestrucciòn es decìrse a uno mismo: No. O como dirían en una peli que vi: "Es la constante negación a la invitación de dios a la eternidad." Llegué a mi casa y me eché en la cama concientemente adormecida. Bien.
3 comentarios:
Si la afirmaciòn es el presente, la negaciòn es la eternidad. El pasado. El futuro. Los inventos de la mente para fingir que está, sin estar. Estar presente es no tener miedo y tener solo los ojos abiertos. Ver el temblor sin presumir nada. Y sin miedo a temblar.
Lei todo, pero no se que decir. creo que solo pdoria decir como tu, al final, "bien"
se hizo humo la chika........
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