Por mis cumpleaños he recibido diversos presentes. Recuerdo algunos vivamente.
Mis padres, cuando cumplí 15 años, y, como tradición familiar (a mi hermana también le habían hecho un regalo similar por sus 15), me regalaron una joya. Nunca había tenido una joya en mi vida. Algo que fuera mío y que fuera valioso. Ellos me regalaron mi primer objeto valioso de la vida. Un anillo de oro con un zafiro y brillantitos (rusos, claro) alrededor. Prefiero el zafiro a la esmeralda. Me gusta más el color azul. Ese anillo era precioso, la verdad (ya entenderán porque digo "era") y yo, recargada y voluptuosísima adolescente ochentera, me lo ponía hasta para ir al colegio. La verdad, amaba ver mi mano adornada de esa manera. La veía más larga, más estilizada. Me sentía una mujer grande. Una mujer.
Un par de años después, un sábado por la noche, como casi todos, la pandilla de siempre, en la cual figurábamos mi enamoradito de secundaria y yo, decidió ir a emborracharse al Grill de la Costa Verde. Era una rutina conocida. Llegar y comprar el recordado "Balde", que era un BALDE de verdad, relleno con todos los conchos de alcohol que quedaban en las botellas que tomaba la gente mayor y adinerada, endulzado con mucho, pero mucho jarabe de granadina y servido con multiples cañitas. Un asco, pero la verdad nos gustaba bastante. El balde no era barato, pero lo comprábamos entre todos, nos sentábamos alrededor, e introducíamos la cañita de turno en nuestras bocas para no despegarlas jamás. Sorber, sorber, sorber era la consigna.
Una noche de esas, ebria y con el maravilloso zafiro adornando mi joven mano, salí con mi enamoradito romántico a sentarnos en la arena y conversar. No estábamos peleados, como casi siempre, simplemente nos sentíamos románticos. Estuvimos ahí largo rato y al pararnos para volver al "balde soñado", me sacudí el pantalón lleno de arena y en ese momento sentí la salida, el despegue fugaz de mi primera joya de mujer. De mi primer símbolo material de fémina sexuada. Paré en seco. Grité: "¡No te muevas!" Me arrodillé tranquilamente en la arena y deseé con toda la fuerza que me había dejado el Balde que apareciera mi adorado anillo. Mi mujer en mí. Pero en la arena, ya saben ustedes... Y yo, tocándola y pidiéndole que soltara mi anillo, que me lo devolviera. Pero no. La arena me había visto pretenciosa y no quería que siguiera ese rumbo. Empecé a llorar. Como loca. Mi novio buscaba, se acercó una chica al escuchar mis gemidos y también se puso a buscar, llegó un guachimán con una linterna iluminando la arena, mientras nosotros hundíamos nuestras manos en ella, queriendo que ese anillo se enganchara en nuestros dedos. Pero no. La chica, un ángel de aquellos, me dijo que esas cosas sucedían. Que no me preocupara. Que en unos años esto no iba a ser más que una anécdota. Tenía razón, claro. Pero yo, bañada en lágrimas, le decía que ese había sido mi regalo de 15 años. Mis papás no me volverían a regalar algo tan preciado. No volverían a confiar en mí.
Debo decir, que las dos tuvimos razón. Para mí, esa es ahora una anécdota, puedo contarla tranquilamente y el recuerdo del anillo llegó a mí ahora por un esfuerzo de la memoria. Por otro lado, tuve razón también al decirle que mis padres no volverían a confiar en mi cuidado hacia un regalo así. De hecho, lo asumí bastante temprano. Luego de esa experiencia, me di cuenta, de que cualquier objeto valioso en mis manos, corría el riesgo de desaparecer. He perdido muchísimos objetos que me gustaban, así que decidí asumir mi condición de ciudadana libre de objetos valiosos. Por lo menos, los que se cargan en una misma. Desde esa época, dejé de usar joyas y perfumes. Ahora, uso algunas veces aretes de fantasía, colonia de limón, tengo algún que otro collar, pero nada, nada, que tenga valor o que me de pena perder. Mi madre, tiene un pequeño cofre con joyas de su familia y por tradición, hay algunas que pasan a las hijas cuando estas se casan. Mi hermana, por ejemplo, obtuvo un anillo en su matrimonio. Y todas sabemos y está asumido que yo no recibiré ninguna joya. Le he pedido a mi madre, que la joya que me pertenezca, sea para mi hija. Es un acuerdo.
Francamente, me gusta ver joyas en las mujeres. Me encanta cuando éstas están bien llevadas y hasta pienso que el próximo año me quiero regalar esos super conjuntos que venden joyeras conocidas. Pero qué miedo... ¿y si lo pierdo? Por eso, prefiero andar libre, por el momento. Por eso a veces cuando pienso en los anillos de compromiso y matrimonio que llevan algunas amigas, me pregunto si no tendrán terror también a perderlos. Qué carga. Bueno, para mí. ¿Y si los pierdo?
jueves, 6 de diciembre de 2007
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7 comentarios:
Interesante historia pequeña Jimena.
Yo recuerdo que mi abuelita le encantaba regalar joyas de oro a sus nietas cuando éramos una bebas. Recuerdo que entre las tantas típicas cadenitas, me regaló un anillo con una piedrita blanca, pero como mis deditos eran fideitos (en ese entonces!) le colocaron cinta scoth lo suficiente como para que me entrara en el dedito sin que se me cayera(como si me dejaran ponerme la joyita). Y así mi anillo con cinta scoth se quedó guardado en la caja fuerte donde mi abue pone las joyas de todos.
Y cuando tenía 16 me reencontré con el anillo. Obviamente le quité la cinta, y a las justas me entraba en el dedo más delgadito. Era mío, y en verdad yo siempre he sido bien descuidada en mi aspecto, así que eso era lo único bonito que tenía siempre puesto. Nunca me lo quitaba. Podía bañarme, hacer deporte, entrar al mar, a la piscina, entre otras cosas; y nunca quitarmelo, siempre estaba conmigo. Pero, así como las cosas llegan, se van. Y un día, recuerdo fue en el cine, me fastidió un poco y me lo quité. Y mi anillo de por lo menos 10 años (creo que me regalaron a los 6) simplemente se fue. Se perdió en un cine. Y no me di cuenta hasta que llegué a mi casa.
Una vez mi papá me dijo que cuando se pierde algo, lo único que te queda pensar es que ese algo lo encuentre alguien que le pueda dar un buen uso. Ese es mi consuelo cuando estúpidamente pierdo algo valioso, que caiga en las manos de alguien que lo necesite tanto o más que yo. Esperemos que tu anillo de mujer, haya hecho a otra niña, puber, adolescente o persona mayor, tan mujer como te hizo sentir a ti en ese momento. Esperemos que la arena lo haya llevado a otros rumbos.
Qué chévere el comentario de Leny. Amiga yo tengo el mismo horror con los aros de compromisoooo!!! Ajajajaj lo pierdo seguro!!! jajajaj...Ya viene tu santillo...
Totalmente Leny, cuando perdí ese anillo, era verano y deseé que al día siguiente lo encontrara una chica, en su día de playa a la que la hiciera absolutamente feliz.
Las cosas llegan y se van. Es absolutamente certísimo. Gracias por sus comments txicas. Mua!!
Sorry, creo que me extendí un poquito.
Jimenita faltan pocos días para tu cumple!!!!!! tatatatatataaaaaaa!!!! sé feliz. un besito!
la verdad este tipo de cosas materiales tiene su encanto y su seducción , ver un anillo en tu mano o una joya linda siempre es agradable, pero lamentablemente las cosas materiales te hacen esclava de ellas mismas, mas tienes mas esclava, las joyas, peor aun , pues al ser pequeñas necesitan mas cuidado, pero que linda es una joyita con una historia,no? esas son las que dan mas miedo perder,tu anillo de bodas (no lo uso) la cadenita de tu abuelita, el anillo que te paso tu mamá de generacion en generacion...hay que esclavizarse a veces...jajaja...
Mi condición masculina me hace no tener una opinión muy interesante en el tema... pero me quede con lo de las cosas materiales y la esclavitud que comenta Fita. Es cierto!, pero tambien es cierto que somos seres materiales y espirituales y no podemos negar nuestra condición de esclavos. Me encanta que la gente le de tanto valor a lo material. Pero un valor como el que habla Jimena, no el que viene con avaricia.
Yo he perdido muchas cosas. Casi tan valiosas como una joya pero no precisamente joyas. Y siempre me he sentido mal, por eso de lo esclavizados que andamos con las cosas materiales, pero sobre todo por que hay cosas que valen mucho monetarimente pero que a la vez son de un valor incalculable a nivel emocional y esa es la cuestión.
Es bueno conocerse a una misma y saber que somos descuidadas y hacer tratos para que otros (futuros hijos o amores) sean los portadores de esas joyas (en todo sentido) que nuestra ineptitud jamás resguardarían.
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