jueves, 12 de marzo de 2009

EXCUSA PARA NO POSTEAR...


Vuelve la gallinita... Re-estrenamos en nuevo teatro sólo por cuatro funciones en el marco de Fusiones Contemporáneas. TEATRO BRITÁNICO DE MIRAFLORES DESDE ESTE VIERNES 13 HASTA ESTE LUNES 16 A LAS 8 PM. Los espero!!!

Las semanas siguientes: El viaje, de Marisol Palacios y Más allá del Borde del colectivo Angeldemonio.

Muac Muac!

domingo, 1 de marzo de 2009

Mi covacha...


Vivo en la copa de un árbol.

Mi habitación es la copa y yo, que quiero preparar el rumbo a la maternidad, me compro plantitas que tengo que alimentar día a día, mañana a mañana, para así generar el hábito de "tener que cuidar a alguien" (algo así me recomendó alguna vez un psicoterapeuta: Primero la planta, luego el animal, luego el hijo...Ja!). Es asi que mi habitación, aparte de ser casi literalmente "la copa de un árbol", está además interiormente llena de plantitas y floreros con flores de colores (cuando se puede, cuando estoy atenta, cuando no me gana la rutina, cuando me cuido). Me gustan especialmente los claveles de colores mezclados entre si, los gladiolos y unas que descubrí ayer que son llamadas "señoritas".

Como comenté alguna vez, dada la frondosidad de mi exterior, mi interior está poblado de arañitas, arañotas, zancudos y merodean por decenas, gatos parecidos entre sí dos de los cuales se llaman "Chomsky" y "Daniel F".

Me gusta mi casa, mi cueva, mi covacha. Le digo covacha a veces, pero nada más lejos de la realidad. Mi habitación, que queda en la que mi chico y yo llamamos "la casa del árbol", es color rosa, tiene un techo altísimo, un baño azul eléctrico, un vidrio delante de mi "tocador" que da a más plantas, flores, bichos y gatos y un gran ventanal que ocupa casi toda una pared cuyas ventanas de madera color turquesa dejan entrar toda la luz del sol necesaria para despertarlo a uno a las 6 de la mañana. Me encanta mi cuarto.

Sin contar con la casa de mis padres, he tenido alrededor de 6 casas. Unos más "hogares" que otros, pero la cuestión es que he mudado mis propiedades ya varias veces de locación.

La primera casa que tuve y a la que me fui a vivir sola a mis 21 años, quedaba en una quinta en Miraflores. Mi sueño: una quinta antigua, con pequeñas casitas de techos altos y tragaluces. No me lo pensé dos veces y así no me di cuenta de que una quinta antigua casi siempre tiene sus propios bichos. Esta en especial: ratones, cucarachas y extrañísimos vecinos. Recuerdo mucho a una niña que iba a "visitarme" y mientras yo limpiaba mi casa con la puerta abierta ella me miraba desde el umbral y se hacía la pila encima de lo que yo había limpiado. Recuerdo noches terribles de no poder dormir por escuchar el corretear de un ratoncillo (o más) que vivía(n) en mi casa y que además de no dejarme dormir, abría(n) mis bolsas de menestras antes que yo y se comía(n) las esquinas de papel de las páginas de mis diarios. Lo(s) detestaba. Duré ahí dos meses y me fui sin cobrar la garantía porque no quise saber nada más del lugar. Ahora, cuando paso por ahí, veo la quinta remodelada y más bonita, pero igual llena de plantas descuidadas y seguro que de ratones y bichos-malos.

Luego me mudé emparejada a una quinta en forma de redondela por la Av. Pardo. Pisos de madera, techos altos, ambientes espaciosos y alejada de todo el ruido de la ciudad. Traumatizada yo, lo primero que pregunté antes de mudarme fue: "¿Hay cucarachas?"

Luego me mudé a una casita menos miraflorina pero bellísima igual. Grande, roja, con ventanas de bordes de madera blancos. Un sueño. Quedaba cerca a Surquillo por lo que alguna mañana escuchamos a los pastrulos gritando y peleando, pero nada grave. En realidad, nada grave.

Luego llegó Barcelona con su piso cerca al mar de la Barceloneta, año en el cual estuve más bronceada que nunca en mi vida. Frente a mi vivía una alemana mas o menos de mi edad que me enviaba cartas color rosa en las que me decía que me quería conocer y cuando coincidíamos en el balcón tendiendo ropa, nos hacíamos chaucito con la mano. Era una hermosa mujer blanca de cabello oscuro y ojos verdes (casi un cliché de belleza). Quería "utilizarme" de "inspiración" para un trabajo de la escuela de arte y yo "me permití". Nunca nos hicimos grandes amigas pero estoy segura de que ella también me recuerda como parte de su época catalana. El objeto que realizó pensando en mi fue un receptáculo para beber el rocío de las mañanas... Que linda.

Y después llegaron los que yo llamo "lugares de paso".

En Madrid viví tres años en un piso que jamás pudo convertirse en mi hogar. Supongo que siempre tuve el anhelo de salir de ahí, de irme a un lugar más céntrico, de esos con balcones típicos madrileños, algo más clásico. Pero me quedé ahí y no salí hasta el final. De hecho, mis maletas las tuve dentro de la habitación hasta el año número dos. No pude nunca decidir quedarme ahí a pesar de que literalmente "me quedé ahí". Mi casero era una viejo verde e intelectual y cada vez que yo le iba a pagar la renta, me sentaba en su salón con olor a polilla y a libro viejo y me recitaba a Góngora. Me decía que parecía una muñequita de porcelana y me presentaba a sus amigos nerds como si de un trofeo me tratara. No puedo negar que yo me dejaba halagar porque pensaba que en algún momento podría pedir una rebaja en la renta o algo así. Nunca me sirvió de nada. El viejo verde era un coñete. Apestaba. Alguna vez escribiré algo sólo sobre él y no me creerán si les digo que de ser una muñequita de porcelana pasé a ser una sudaca desagradecida y terminó echándome del piso a punto de llamar a la policía. Me salvé, felizmente.

Cuando llegué de Madrid fui a casa de mi madre y gracias a ella pude tener la tranquilidad para volver a estabilizar mi vida laboral, económica, y en el año y medio que estuve ahí, jamás saqué de la habitación mi maleta roja que usaba de cajón.

Y por último... La covacha.

La covacha que, como ya dije, de covacha nada, es también un lugar de paso. Pero de un paso importante. Es como una bisagra entre un yo y otro yo. Es como un paso hacia otro lado, hacia el tipo de lugar que deseo pero que por alguna u otra razón aun no me he sentido preparada a admitir. La covacha es mi lugar de pensamiento, de meditación. Es el primer lugar en el que no se me han muerto las plantas porque es el primer lugar en el que las he cuidado. Es el primer lugar en el que he sentido fantasmas que siempre me tuvieron aterrada y que creí que nunca iban a aparecer. Es el lugar en el que más miedo he sentido, el lugar que lleno de humo por las noches encendiendo inciensos, vape o palo santo. Lo que sea con tal de que salga humo. Me encanta.

Mi covacha la conocen pocos. Muy pocos: mi novio, mi madre, mi hermano, mi mejor amigo y mi prima. Cinco personas en total. De hecho, el otro día una de mis mejores amigas se quejaba porque no entendía como ELLA no conocía el lugar en el que yo vivía. Y es que la covacha es la covacha y es mia por un tiempo y no es un lugar de exhibición. No es necesario. La covacha siempre está ordenada y limpia y es el primer lugar que mantengo realmente así. Ordenado y limpio. Siento que se mimetiza con mi estado de ánimo y así, me funciona como espejo. Me gusta vivir con las ventanas abiertas y caminar sin temor a que me vean los vecinos de los edificios de al lado. No me importa. Me siento libre ahí dentro. Mis vecinos hacen fiestas bajo mi cuarto y a mi me gusta escucharlos hablar, me arrullan. Es un lugar que me despierta y me acuesta temprano. Me ha hecho perderle el miedo a los gatos y a reconocer lo poco que necesito para estar bien (aunque se me olvida cada dos días). La covacha, ahora que lo pienso, tiene vida propia. Respira conmigo y me está acompañando a terminar de dar los pasos que necestio dar en esta etapa. Me está enseñando a caminar derecho y pausado. Me contiene. Es el lugar al que llego a cerrar los ojos. El lugar al que debía llegar. Por ahora.