martes, 25 de diciembre de 2007

Regalo de cumpleaños de mi amiga Norma...Grande Amy Winehouse.

Mi cariñito N.



Estoy escuchano la maravillosa versión de "Cariñito" que hizo el grupazo "La Sarita" y no pude evitar pensar en N. Hace unos meses viajé a Madrid a un festival de cine y ahí estaba ella, siempre con una sonrisa en los labios, siempre con esa calidad de agua en la mirada, los movimientos suaves, la risa franca, la voz... baja, delicada, tranquilizadora, amable. Nos vimos varias veces mientras yo vivía en "Mandril" (el cuco que come), y la verdad, sentimos hasta ahora un profundo cariño la una por la otra. Cada vez que la veo está más guapa, más mujer, pero sigue manteniendo esa aura de niña libre, de rebelde con causa, de muñeca que quiere que el mundo tenga reglas mejores, de libertaria, de hermosa Che Guevara. Estoy segura de que ella se iría con la guerrilla a la selva a luchar, o que tal vez, ya es amiga del comandante Marcos. Nunca lo sabré.

Una noche estábamos bebiendo mojitos en un bar del que ella era socia. Lógicamente, un bar sin licencia, escondido, en el que se podían fumar porros y al que tenías que entrar tocando un timbre. Ella nos hablaba a mí y a un chico de rastas sobre una situación en concreto que reflejaba la injusticia del mundo. El chico la miró y con la fuerza de todos sus rastas le dijo: "Bueno, el mundo es así, injusto." Y ella dijo: "Pues yo no quiero que MI mundo sea así." La amé. Yo me callo la boca porque soy la menos guerrillera, la verdad a veces siento que soy un poco egoísta y que no pienso en los "grandes problemas" del mundo, pero cuando escucho a N. hablar así, me dan ganas de colgarme un arma e irme al monte a luchar por la justicia social (más allá de que nadie crea que alguien en realidad luche por algo llamado "justicia social"). N. me da un no sé qué de confianza en que el ser humano puede ser mejor, en que todo puede fluir, en que todo va a estar bien. Ella me lleva un par de años, no es ninguna niña, y no tiene "oficio ni beneficio"(como lo entendería la injusticia social), trabaja en bares, alguna vez dio alguna clase de teatro, pero ella fluye con el universo y la verdad, tiene las cosas bastante claras y es para mí una pequeña buda, una mujer sabia, una linda que ya se dio cuenta de que todo el logos del universo está dentro de ella y que no necesita nada más. A veces, la extraño. Si vieran su sonrisa me entenderían.

Hemos bebido mucho vino juntas y cuando lo hacemos nos abrazamos mucho y reímos un montón. Cuando escucha que me burlo mucho de mí misma, me dice: "No juzgues Jimena". Y cuando oye que con unos tragos encima me burlo de mi entorno, abre mucho los ojos y sin perder la sonrisa me dice: "Jimeeeena". La última vez que estuve en Madrid, para ese festival de cine, nos juntamos durante muchas noches y a pesar de que yo no estaba bebiendo ni gota de alcohol en esos momentos, decidí tomar una copita de vino blanco en honor a mi Che Guevara. Fumamos porros y nos fuimos a casa de una amiga en el centro a seguir con el vino blanco y a hacerle la corte a un boliviano bastante extraño del que yo me había enamorado perdidamente en esa noche. En esa casa me entró la timidez, me senté a 20 metros de él y decidí que para mí sólo existían mis amigas mujeres y pusimos el grupo "La Sarita" para enseñarle al susodicho "lo que era bueno de nuestro país".

Si recordé ahora a N., es porque después de bailar "Guachimán" y "Más poder", ella pidió a gritos que le pusieran "Cariñito". La pusimos y en el mismo instante la vi entrar en un trance loco. Bailar como si sus extremidades se le fueran a escapar del cuerpo. Era un baile con saltos, expulsión de miembros, cuerpo descoyuntado...Era realmente un hermoso placer ver a un ser humano bailar con ese grado de libertad. Con tal grado de confianza en sí misma. Fue un momento inolvidable para mí. Sobre todo porque en frente de mi boliviano al que me había estado gileando toda la noche y quien creo estaba un poco asustado frente a estas cuatro mujeres peruanas bailando La Sarita sentado en un rincón armándose porro tras porro y bebiendo vino tinto en taza de café, mi amiga N. me sacó a bailar mientras seguía saltando en su trance loco. Yo me levanté y sentí la pesadez de mis miembros y que no podía seguir el ritmo de N. ni el de la canción (si la han escuchado es como para saltar como loca), y por un segundo me sentí ridícula por el boliviano que tenía atrás, pero luego, miré a los ojos a N. y ella me miraba feliz y me cogía de las manos y lograba que yo moviera mi cuerpo y me sumergí en sus ojos e intenté olvidarme del boliviano y decidí que la quería y que quería a mis amigas peruanas que bailaban conmigo "Cariñito" en ese momento y decidí que amaría Madrid por el resto de mis días, a pesar de todo, y que era bueno para mí regresar a esa ciudad de vacaciones, a ver a mis guerrilleras, a mis luchadoras, era bueno regresar aunque fuera un ratito a conocer un boliviano, era bueno estar ahí, para volver a ver a N. para escuchar su voz o para bailar un "Cariñito" con ella.

Un beso para N. Por siempre.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Chicle gastado


He estado mascando este chicle desde hace mucho tiempo. El chicle sabe a cansancio, a fruta pasada, a muela rota. Mis encías suben y mi mandíbula despierta cada día más adolorida. "No es justo", me digo, aunque se que todo es justo. "Porqué a mí?", me pregunto. "Porque no a tí", me respondo. Trato de pensar que todo esto decantará en una obra de arte. Yo. Una geisha. Una obra de arte viva. El habla, el gesto, el rostro...Expulsaré el chicle y quedará el cuadro. La estética viva de una guerrera convertida en princesa, cortesana, seguidora, amada. Mientras tanto, le quito el sabor al chicle. Trago saliva, trago fruta pasada, ingiero química. Tengo la química cerca, me gusta. Me gusta tenerla dentro y que mi cuerpo se mueva. Pronto, me digo, dejaré este chicle y aparecerá una sonrisa. Ya no más abrir la boca una y otra vez. El chicle es cada vez más duro y apesta. Me da vergüenza hablar por el olor de mis encías. Ya nadie se me acerca.

De pronto aparece el coche rojo. Yo vestida de blanco leyendo un libro de Hannah Arendt. El coche rojo y mi vestido blanco. El coche deportivo color rojo y el día de verano. Estoy sentada en el último rincón del mundo. Visto de blanco porque quiero meditar. Masco mi chicle con un poco de dolor y pienso que estoy en las últimas. El coche rojo sobrepara. Mi libro empieza a temblar. Sólo somos el coche rojo y yo en medio de una casa de campo de reyes europeos. En ese momento me pregunto por primera vez: "¿Qué hago aquí? ¿Dónde está todo el mundo?" No están mis amigas, las comunes, las que me acompañan a leer a Arendt, a Fromm, a Benjamin aunque no los entendamos. Los queremos porque queremos superarnos. Ellas también mascan chicle. Son grandes y me cuidan. Me ven llegar con mi librito y vestida de blanco. No soy jinetera. No soy como ellas. Yo no quiero quitarte el trabajo hermana. Masco el mismo chicle que tú, pero no trabajo. No tengo trabajo ni beneficio. Vengo aquí porque no tengo otra cosa que hacer. Nadie me solicita en este mundo. Mírame bien guapa. Tenemos la misma edad. Te quiero por ser mujer. Y de tanto verme vestida de blanco, me aceptaron.

Miro el carro y pienso en mi chicle corriente. Quiero cambiar de chicle. Quiero uno nuevo, que alardee. Veo el carro rojo y ya no me importan procesos. Pienso que necesito comer bien. Movilizarme. Me han salido unas piernas de corredora por patearme la ciudad a pie. No puedo comprar un abono de metro. Nadie me solicita en la ciudad. Aquí me siento bien. En la casa de campo de los reyes nadie es solicitado, nadie es atendido, nadie es juzgado. Paseo entre condones con mi libro de "Hannah querida ayúdame a superarme" y hasta me encontré un vestido sucio tirado en el pasto un día. De quién habrá sido. Hermana, adónde fuiste desnuda. Maldito cerdo el que te hizo correr. Maldito sea. Chicle de mierda que ya está más duro y terrible que mi maldito culo por caminar horas para llegar a la vuelta de la esquina. Carro rojo me mira, sobrepara y me lo pienso. Son unas gafas oscuras, un pelo teñido y una camisa blanca. Asquerosa. Eres un cerdo pero te miro mientras masco mi chicle. Estoy tomando una decisión. Tal vez me puedas llevar por la ciudad. Qué carajo. Tal vez... Me sonríes, te quitas las gafas. Eres más feo aun que antes. Carro rojo, masco chicle, sonrisa astuta, anillo de casado. No veo a mis hermanas. No están por aquí. Estoy sola con el automovil y el anillo. Sola. Hannah Arendt empieza a temblar. Estoy vestida de blanco, mi chicle está blanco. Sólo quería meditar, hacer yoga aunque no sepa hacerlo, respirar el aire que respiran los reyes, las reynas, las princesas como yo. Como ellas, como mis hermanas. Sólo quería patear un condón y que se me pasaran las horas antes de volver a casa y darme una ducha que me ahorrara media hora más del día. Carro rojo, tengo miedo. Mi mano tiembla, está muy cerca. Mi vestido blanco me da ternura, mi libro, mi chicle, me siento estúpida, niña, estoy en el país de los mounstruos, en el averno, estoy en Neverland y no me había dado cuenta. Estoy en ninguna parte y este era mi lugar favorito. Me doy cuenta de que llevo viniendo al infierno todos los días a meditar. Mi mano temblorosa se apoya en la banca de semen y decide pararse. Estoy caliente. Hace calor pero no es por eso que estoy caliente. Estoy asustada. Carro rojo sigue ahí y yo cierro mi libro y doy media vuelta. Dejo de mascar el chicle. Me doy asco. Le volteo la cara al anillo de casado. No me puedes dar nada que yo no me haya dado ya, me digo. Lo pienso un segundo más. Y si tal vez... No. Mis hermanas no me lo perdonarían. Hicimos un pacto. Luego no me dejarían volver al infierno. Y una nunca sabe cuando querrá volver. Escupo el chicle como un hombre violento, tratando de ser agresiva y me voy. Cruzo el puente hacia la civilización. Dejo atrás reyes y princesas. Por un segundo, me asustaron. Ya buscaré un chicle nuevo.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Dice el I-Ching... Hexagrama 48

Los pozos necesitan reparaciones cada cierto tiempo. Mientras duran las reparaciones, nadie puede beber su agua. Igualmente nosotros necesitamos regenerar nuestro carácter, poner en orden nuestras vidas, y aunque mientras tanto nadie puede beber nuestra agua, es completamente necesario que lo hagamos.

viernes, 14 de diciembre de 2007

La llegada de la mujer vampiro

Te apartas de la senda suavemente. Un vodka por aquí, una cervecita por allá, una copita de vino blanco y de pronto ya estás hablándole burradas a un infante. De pronto vuelves a convertirte en la mujer vampiro, en la condesa Bathory, en la dama de la noche a quien nadie toca. Por debajo, tú, intentando sonreír. Mirando de frente y rectificando las burradas de la vampiresa, poniendo el ojo chinito, la sonrisita de medio lado. Tu pecho está alterado y lo sabes. Lo sientes. Ya lo tenías más o menos controlado, pero la noche... La noche te gusta, te jala, te arrastra y de pronto, después de meses de no encontrarle sentido a las borracheras nocturnas, decides que salir y emborracharte es la mejor opción en este momento. Llevas unas cuantas y tu cuerpo está triste. Tu pecho está alterado. Ya no te escuchas. Vuelves a preguntarte como cuando tenías 20: "¿Cómo hace la gente para escucharSE?" Te has alejado y sientes un tufillo de culpa que empieza a subirte por los huesitos del pie, desde el centro de la tierra. Igual te despiertas temprano, haces yoga, respiras, comes sano, pero sabes que estás oscura. Tienes un castillo dentro lleno de callejones sin salida. Sabes también cual es el camino de vuelta, pero vuelves a sentirte como antes. No puedes decir que no. Nuevamente no puedes negarte y te entregas. A la noche, al adormecimiento, a la risa histérica. Habías aprendido a decir que no y te sentías muy orgullosa por eso. Ahora afirmas, afirmas, afirmas. Dices sí a manos extrañas, a vasos llenos, a bromas infames, miras mal, hablas mal. Estás oscura y lo sabes. Lo sientes. Intentas respirar y sigues trayendo flores a tu habitación. Pero el ruido sigue ahí. Es ruido, son voces, es distorsión que antes no sentías. Es tu pecho lleno de caos. No puedes encontrar respuestas porque sólo tienes bulla. El ruido evita que escuches tus latidos, tu pulso de cuerda de violín, tu hígado trabajador. Este Viernes por la noche has decidido quedarte en casa e iniciar el camino de vuelta. Nuevamente. No has caminado tanto hacia el otro lado (aun). La condesa Bathory aun no te ha dejado sin sangre. Aun está esa nena de ojo chino defendiéndose. La dulce nena cercana a sí misma. Piensas que tienes tiempo aun. Antes de que aparezca Ulises, antes de que llegue el año nuevo, antes de que tú misma empieces nuevamente a odiarte. Piensas que tienes tiempo. Y lo tienes.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Y el cumpleaños se celebró...

Y fui tan feliz. Y estuve tan roja y contenta de ver a tantos amigos y bailé tango con un hermoso y bebí vodka y canté a gritos y bailé locuras. Feliz, feliz, feliz. Bienvenidos sean los 31, bienvenida sea esta nueva década llena de aventuras. Increíbles. Estoy segura. Aquí viene lo mejor...Mis mejores deseos para mí. Para todos. Seamos felices y concientes (casi siempre). Mua!

Tengo ganas


Todo es rojo a mi alrededor. Acabo de bailar un flamenco con Sabina, con el mismo Sabina y yo no se bailar flamenco. Moví los brazos, golpeé el suelo con mis tacos y actué como una sevillana molesta. Bailé flamenco. Todo está oscuro y yo llevo una falda plizada negra y un gorrito de lana que me hace ver niña, adolescente, linda, guapa, inocente. De inocente nada. Me siento roja, me siento oscura. Te veo llegar. Nunca me has gustado pero esta noche tengo ganas. No importa quien seas y eres el único posible en esta noche larga de flamenco y rojos encendidos, de mujeres histéricas, de vodkas interminables. Me saludas y yo te pongo mi sonrisa más amable para que sientas lo linda que soy. Soy amable y buena gente, me preocupo, te escucho, te cojo del brazo y te pregunto cómo estás. No me importa. Estoy actuando, claro. Quiero que sientas que estoy ahí, que me sientas, que me recuerdes. Me siento en la barra y se me acerca otro. Grande, horrible, mono, orangután. No lo soporto y te miro. Ven, maldita sea, sálvame de la prehistoria del hombre, sálvame con tus labios y tu cerebro filosófico. No soporto una conversación aburrida, no soporto a un hombre intentando tocarme con la mente inexistente, te quiero a tí. No estoy tan convencida pero tengo ganas y se que tú terminarás por convencerme. Por fin, te acercas. Hablamos y reímos. El orangután se siente incómodo. Vase. Bien.
Te toco el brazo. Estrategia de mujer madura. De adolescente también. Te cojo el brazo mientras me río y te cuento anécdotas de mujer triunfadora, de lo que no soy. Actúo. Soy buena en mi trabajo. Soy buena actriz. No sabes el caos que llevo dentro y no tienes que saberlo. Sólo tengo ganas y ya está. Sabina sigue bailando flamencos locos y bellos y yo admirando y pensando qué coño hago en un bar tan oscuro y rojo viendo ángeles bailar con flamencos. Me recluyo un momento. Huyo de tí pero no me quiero ir aun. A lo mejor la noche se ponga buena para mí y el caos desaparezca. Siempre soñando... Que el caos desaparezca. Estoy sentada con mi falda plizada y mis botas negras. Todo está tan caliente. Bebo una cerveza y fumo un cigarrillo. Como siempre. Te busco con la mirada y ya no te encuentro y maldigo el momento en el que se me ocurrió recluírme. Pienso que ya te fuiste y me maldigo y empiezo a sentirme culpable. Por fin te veo. Estás al frente pero ya no te acercas. Bebes una cerveza y fumas un cigarrillo, como siempre. Te clavo la mirada. Literalmente. Te la clavo. No puedes resistir la punzada y volteas. Me miras. Nos miramos largamente. Eres tímido, me doy cuenta. Yo también pero esta noche tengo ganas. Sosténme la mirada tonto, te la estoy regalando. Igual, no te acercas, te faltan agallas. Nos vamos todos y tomas un taxi. Al despedirnos rozamos nuestros labios. ¿Qué más podía suceder? Ríendome te pregunto como es posible que te vayas a tu casa. Te invito a seguir bebiendo en mi casa junto a otras chicas y un orangután. No me dejes sola con el neanderthal. Te vas. Tienes que trabajar en unas horas y estás agotado. Quieres estar conmigo una noche entera sin obligaciones. Todo se da tan franco y desvergonzado que yo misma me sorprendo. Pienso en mi educación y en mi colegio alemán. Qué verguenza Herr Messerschmidt, usted nunca creería lo que las chicas de su colegio son capaces de hacer. Te hago un gesto despectivo con la mano y ríendome te digo algo como que tú te la pierdes y me voy a casa con amigas y un orangután. El pasado del hombre a mi costado. No lo soporto y me voy a dormir. Esta noche, tenía ganas. Qué pena.

jueves, 6 de diciembre de 2007

¿Y si los pierdo?

Por mis cumpleaños he recibido diversos presentes. Recuerdo algunos vivamente.
Mis padres, cuando cumplí 15 años, y, como tradición familiar (a mi hermana también le habían hecho un regalo similar por sus 15), me regalaron una joya. Nunca había tenido una joya en mi vida. Algo que fuera mío y que fuera valioso. Ellos me regalaron mi primer objeto valioso de la vida. Un anillo de oro con un zafiro y brillantitos (rusos, claro) alrededor. Prefiero el zafiro a la esmeralda. Me gusta más el color azul. Ese anillo era precioso, la verdad (ya entenderán porque digo "era") y yo, recargada y voluptuosísima adolescente ochentera, me lo ponía hasta para ir al colegio. La verdad, amaba ver mi mano adornada de esa manera. La veía más larga, más estilizada. Me sentía una mujer grande. Una mujer.

Un par de años después, un sábado por la noche, como casi todos, la pandilla de siempre, en la cual figurábamos mi enamoradito de secundaria y yo, decidió ir a emborracharse al Grill de la Costa Verde. Era una rutina conocida. Llegar y comprar el recordado "Balde", que era un BALDE de verdad, relleno con todos los conchos de alcohol que quedaban en las botellas que tomaba la gente mayor y adinerada, endulzado con mucho, pero mucho jarabe de granadina y servido con multiples cañitas. Un asco, pero la verdad nos gustaba bastante. El balde no era barato, pero lo comprábamos entre todos, nos sentábamos alrededor, e introducíamos la cañita de turno en nuestras bocas para no despegarlas jamás. Sorber, sorber, sorber era la consigna.

Una noche de esas, ebria y con el maravilloso zafiro adornando mi joven mano, salí con mi enamoradito romántico a sentarnos en la arena y conversar. No estábamos peleados, como casi siempre, simplemente nos sentíamos románticos. Estuvimos ahí largo rato y al pararnos para volver al "balde soñado", me sacudí el pantalón lleno de arena y en ese momento sentí la salida, el despegue fugaz de mi primera joya de mujer. De mi primer símbolo material de fémina sexuada. Paré en seco. Grité: "¡No te muevas!" Me arrodillé tranquilamente en la arena y deseé con toda la fuerza que me había dejado el Balde que apareciera mi adorado anillo. Mi mujer en mí. Pero en la arena, ya saben ustedes... Y yo, tocándola y pidiéndole que soltara mi anillo, que me lo devolviera. Pero no. La arena me había visto pretenciosa y no quería que siguiera ese rumbo. Empecé a llorar. Como loca. Mi novio buscaba, se acercó una chica al escuchar mis gemidos y también se puso a buscar, llegó un guachimán con una linterna iluminando la arena, mientras nosotros hundíamos nuestras manos en ella, queriendo que ese anillo se enganchara en nuestros dedos. Pero no. La chica, un ángel de aquellos, me dijo que esas cosas sucedían. Que no me preocupara. Que en unos años esto no iba a ser más que una anécdota. Tenía razón, claro. Pero yo, bañada en lágrimas, le decía que ese había sido mi regalo de 15 años. Mis papás no me volverían a regalar algo tan preciado. No volverían a confiar en mí.

Debo decir, que las dos tuvimos razón. Para mí, esa es ahora una anécdota, puedo contarla tranquilamente y el recuerdo del anillo llegó a mí ahora por un esfuerzo de la memoria. Por otro lado, tuve razón también al decirle que mis padres no volverían a confiar en mi cuidado hacia un regalo así. De hecho, lo asumí bastante temprano. Luego de esa experiencia, me di cuenta, de que cualquier objeto valioso en mis manos, corría el riesgo de desaparecer. He perdido muchísimos objetos que me gustaban, así que decidí asumir mi condición de ciudadana libre de objetos valiosos. Por lo menos, los que se cargan en una misma. Desde esa época, dejé de usar joyas y perfumes. Ahora, uso algunas veces aretes de fantasía, colonia de limón, tengo algún que otro collar, pero nada, nada, que tenga valor o que me de pena perder. Mi madre, tiene un pequeño cofre con joyas de su familia y por tradición, hay algunas que pasan a las hijas cuando estas se casan. Mi hermana, por ejemplo, obtuvo un anillo en su matrimonio. Y todas sabemos y está asumido que yo no recibiré ninguna joya. Le he pedido a mi madre, que la joya que me pertenezca, sea para mi hija. Es un acuerdo.

Francamente, me gusta ver joyas en las mujeres. Me encanta cuando éstas están bien llevadas y hasta pienso que el próximo año me quiero regalar esos super conjuntos que venden joyeras conocidas. Pero qué miedo... ¿y si lo pierdo? Por eso, prefiero andar libre, por el momento. Por eso a veces cuando pienso en los anillos de compromiso y matrimonio que llevan algunas amigas, me pregunto si no tendrán terror también a perderlos. Qué carga. Bueno, para mí. ¿Y si los pierdo?

martes, 4 de diciembre de 2007

Cumpleaños felice ma que felice


A parte de la Luna también podrían regalarme este cuadro. Gracias.
"El origen del mundo" de Courbet. Uno de mis cuadros favoritos.

lunes, 3 de diciembre de 2007

SOLA

Me miras y preguntas si me siento sola. No es la primera vez que lo haces y te detesto por eso. Yo enciendo un cigarrillo y fumo. Me siento sola. Miro al techo y se me salen las lágrimas. Me doy vuelta e intento cubrir mis lágrimas con la pared. Te acercas y me pides que no llore. Lo has ocasionado y ahora te sientes culpable. Y yo, queriéndote tanto.

Llevamos un año saliendo y he caído en tus ojos de filósofo. He caído en tus palabras y en tu sonrisa aniñada. Me sentía dueña de mí, pero eso era antes. Ahora, te llamo. Yo te llamo y cada vez que lo hago recuerdo a mi padre diciéndome que las señoritas no llaman por teléfono a los hombres. Me siento en falta. Estoy faltándome a mí misma. Ya no soy una señorita.

Te llamo en la noche y te invito a beber un vino barato en casa. Pero tu tienes planes que no me incluyen. Malo. Igual me bebo el vino y termino inconciente en el colchón de mi cuarto. No tengo cama. Miro películas, fumo demasiado, me emborracho sola. Malo. Me duermo. Malo.

Me despierta el celular. Aun es de noche y yo confundida, respondo. Me duele la cabeza y tengo el sabor agrio del vino y del cigarro en la boca. Eres tú. Tu voz suena alegre y escucho bulla a tu alrededor. Estás ebrio. Bailando. Feliz. ¿Qué quieres? Me preguntas dónde estoy. ¿Dónde estoy? En mi colchón, tirada, dormida, borracha, sola. Estoy durmiendo, te digo, e intento poner una voz dulce que no sepa a vino agrio ni a cajetilla de cigarros. ¿Puedo ir?, me preguntas. Lo pienso. Pienso en mi padre y en mi misma de niña y te digo: "Ven." No me lo perdono, pero me levanto de la cama. Me baño, me pongo linda, me lavo los dientes y te espero tejiendo. Interminable. Demoras lo que quieres. Yo estoy ahí, esperando y fumándome el primer cigarro de la siguiente cajetilla. Ordeno el cuarto, abro la ventana. No quiero que sientas el olor a soledad.

Suena mi celular. Has llegado. De puntillas, para no despertar a nadie, voy a abrirte la puerta. Son las 4 de la mañana y yo estoy como nueva. Tú, en cambio, hueles a noche, te ríes y me coges de la cintura. Te quiero. Te he extrañado pero no te lo digo. Vamos a mi cuarto y nos hundimos en el colchón. No nos decimos nada. Casi no puedes hablar. Estás borracho y yo, con resaca.

Al día siguiente me despierto antes que tú, como siempre. Miro los árboles desde mi ventana. Miro un nuevo día. Un nuevo terror ante mí. ¿Y ahora qué hago? Te despiertas con mis ruidos. Es tarde y nos quedamos en el colchón mirándonos. Me cuentas sobre tu fiesta, sobre tus amigos que podrían ser míos también pero no lo son. ¿Yo qué hice? Nada, me quedé aquí leyendo, tomando un vinito... El silencio nos invade. Ya no tenemos nada de qué hablar. Te has dado cuenta de cuanto he caído en tus ojos y no lo deseas. No quieres hacerme daño, lo se. Me preguntas si me siento sola... Te pido que me acompañes a comprar el almuerzo y te ofreces a quedarte conmigo un rato más. Te arrepientes y decides irte. Es mejor así. Yo me pregunto, qué hice mal ahora. Lloro un poco. ¿Me preguntas si me siento sola? Cambio el almuerzo por un vino. Nuevamente. Sola.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Mis brothers and sisters

Tengo suerte. Se que soy una mujer afortunada aunque a veces me cueste reconocerlo. Empiezo por mi familia. Somos 6. Es decir, el núcleo básico. Ese que por los años 80´s e inicios de los 90´s se sentaba alrededor de una mesa de cocina a almorzar y cenar. Ese que durante los apagones de los 80´s se sentaba alrededor de una vela a conversar. Ese que me llevó al aeropuerto cuando decidí irme a España. Somos 4 hermanos. Empiezo desde arriba.

El mayor, C., por el que siento una devoción indescriptible. Es el "hermano mayor" y esa etiqueta no se la quitará nadie. Es el que me sacó de los pelos de una discoteca a los 15 años y me prohibió volver a ir porque sus amigos, 7 años mayores que yo, le datearon que "su hermanita" estaba teniendo fama de "movidita". Salvó un poquito mi reputación adolescente aunque en el momento, la verdad, no lo entendí. El es también aquel hombre que en mis crisis histéricas dieciochoañeras me cogía del cuello y me inmovilizaba hasta que yo, me cansaba de llorar y me quedaba tranquila, cansada y dormida. Mi hermano es un éxito. Ahora está lejos y trabaja para una gran compañía internacional. El fue también el que me dijo que tenía que visualizarme. "¿Cómo quieres ser de aquí a diez años?", me dijo. Gracias a él, decidí estudiar Humanidades y quitarme el clavo de la ignorancia que tanto me dolía. Gracias a él, las sobremesas en casa se hacían felizmente interminables. Oyéndolo imitar a diferentes personajes de la televisión, o a familiares no tan cercanos. Qué risa.

Luego está mi hermana, S. Es absolutamente fantástica. Es, podría decir, la mujer más atinada que he conocido en mi vida. Sabe escuchar, sabe aconsejar y me quiere. Me quiere mucho y yo la adoro. Nos hemos sacado algo más que la lengua cuando eramos chicas, pero ahora, podemos decir que somos grandes amigas, inmensas. Ella es la que un día cuando tenía 15 años y andaba obteniendo mi fama de movidita en las discotecas limeñas me dijo: "No se que te pasa, has dejado de escuchar." Me salvó un poquito de olvidarme del resto del mundo. Me salvó de dejar de mirar a mi alrededor.
Ella me recogía del aeropuerto cada vez que venía de España y volvía a dejarme con lágrimas en los ojos. Ella, me sigue diciendo "bebita" a pesar de que ya somos dos mujeres grandes. Ella jugaba conmigo de niña y me tomaba fotos. Ella, me regala flores e intenta hacerme comprender que la mirada para adelante, en positivo, es lo que importa. Cada flor que me regala, es un recordatorio de lo maravilloso que es el amor que tengo a mi alrededor. Tengo suerte.

Y E., mi hermano menor que tiene síndrome de Down. Mi chinito, mi delicia, mi maestro Zen, mi ternura. Con él, si que me he peleado y como una salvaje. Hemos tenido épocas duras de distanciamiento. Epocas en las que él no me quería dar ni un beso y épocas en las que yo sólo lo jodía para que no comiera tanto. Pero ya no. El tiene 29 y yo 30 (casi 31) y nos hemos convertido en grandes amigos. Adultos. Vivimos juntos por ahora y por las mañanas, cuando voy a la cocina y él está en el gimnasio encuentro una taza con Eco y panela, porque sabe que no tomo café ni azúcar normal. Tiene una cámara digital con la que me ha hecho innumerables retratos. Cada vez que entro a la habitación a mirarme en el espejo, me dice que estoy muy guapa y me toma una foto. Ahora ha empezado a hacerse autorretros y me parece increíble. Se fotografía las piernas, los brazos, los dedos, y luego me las muestra. Tengo suerte porque no dejo de aprender día a día, gracias a él y porque tengo la oportunidad de seguir teniendo un hermano que se deja abrazar, besar y decir tonterías sin problemas.

Somos 4 en el núcleo familiar y, luego tengo también un medio hermano,E.B., el adonis suizo, a quien también adoro. Somos sus únicos hermanos y se siente y lo sentimos muy "nuestro". Es físicamente parecido a nosotros (por eso lo de "adonis"), tiene el ojo chino y el pelo castaño. Ahora vive en Washington estudiando una de esas cosas que se entienden por las siglas, (que también estudió mi hermano mayor), MBA, sí eso es, y trabaja también para una transnacional importantísima.

Sí, tengo suerte. Mi madre siempre nos inculcó lo importante que era la unión entre hermanos, por eso no se inmutaba cuando de niños nos sacamos los ojos. "De grandes", decía, "ya no les quedarán ganas". Y tuvo razón. Yo no puedo estar ni 20 minutos "peleada" con mi hermana, o en medio de algún malentendido. Inmediatamente (no pasa casi nunca, en realidad), la llamo o me llama y arreglamos el asunto. Con C. nunca he peleado por la simple razón de que él no entiende de peleas. No le interesan. Menos con E., quien sólo sabe dar amor. Ni con E.B. con el que sólo caben abrazos pues sabemos que no nos volveremos a ver en años.

Sí, la verdad tengo suerte. No tengo un hermano, tengo 4, y todos maravillosos. S. siempre me dice que confíe en mi madre. Que es la única en el mundo que real y honestamente desea la felicidad absoluta de sus hijos. C. siempre me pregunta si ya tengo novio y le reconforta que le diga que no y que así estoy bien por el momento, porque el sabe, por más que se haga el que no, que necesito estar sola. E., a un nivel sensorial, se que me siente mejor y por eso se acerca cada vez más a mí, se siente mejor a mi lado y me toma más fotos.

La verdad, me muero por ellos. Tengo suerte.