martes, 16 de octubre de 2007

La familia de mi madre


Siempre he pensado que si tuviera que pertenecer genéticamente a una familia sería a la de mi madre más que a la de mi padre. Por otro lado, siempre he pensado que me parezco increíblemente a mi padre, pero no tanto a su familia. Mi madre y su familia son personas de nariz grande y piel delgada, de ojo naranja, cuerpo de pera y diente de tabaco. Se ven sólo una vez al año: en Navidad y por esta razón mi padre decía que no tenían oportunidad de pelearse y que por eso se querían tanto. Yo pienso que así se vieran más se querrían igual y no se pelearían nunca. La familia de mi madre es lo que yo llamaría una familia "desahuevada". Son todos descendientes de italianos y por eso, creo yo, hablan gritando, ríen a carcajadas, muchos son comunistas y recitan a Lorca con lágrimas en los ojos. Apasionados ellos, siempre me hicieron querer pertenecer a su estirpe.



La rutina de las navidades era hasta hace 5 años, la siguiente: Nos juntábamos un año en mi casa y un año en casa de la tía Lucha, los tíos llegaban con regalos sólo para sus ahijados y viceversa. Por ley, nadie más regalaba a nadie. Eramos demasiados primos, demasiados tíos y poca plata, así que que no joda nadie. Mi madre que es más o menos el espíritu de la navidad (gracias a ella a mí nunca me puso triste esa fecha, ni cuando vivía sola en España), pone una corona de eucalipto que ella misma hace y su aclamada torta pascualina en forma de árbol de navidad y decorada con verde y grageas que ya es un clásico de los clásicos. También hay panetón, sanguchitos de pavo, galleticas de jengibre y trago, porsupuesto. La casa se empieza a llenar de humo. La familia de mi madre fuma muchísimo y no aprenden la lección ni con los padres muertos de enfisema. Yo tampoco, dicho sea de paso. El volumen de las conversaciones es alto y las carcajadas múltiples. Mi padre siempre dice que la familia de mi madre no se comunica, sólo gritan unos sobre otros pero en realidad, nadie escucha a nadie. Por eso no se pelean, dice.



Cuando el amor por la vida estaba en su clímax, mi madre, con los codos sobre la mesa empezaba a recitar a Lorca: "Antonio Torres Heredia, hijo y nieto de Camborio... con una vara de mimbre va a Sevilla a ver los toros..." Eso y dos párrafos más es lo único que me llegué a aprender y siempre los miraba extasiada prometiéndome que para la próxima navidad me sabría el poema entero para recitarlo con ellos. Mi hermana sí se los sabía todos y además escribía también poesía, así que después de Lorca venía ella con su cuaderno y leía sus poemas ante la mirada extasiada de la familia. Después de Lorca y mi hermana, venía el canto típico de las navidades: "Que culpa tiene el tomate... de estar prendido en la mata... que culpa tiene el tomate... de estar prendido en la mata... si viene un hijo de puta y lo mete en una lata y lo manda pa Caracas..." Me fascinaba esa canción. Esa sí que me la aprendí. Sobre todo la parte de "hijo de puta" que se cantaba a gritos y con las miradas clavadas en el ojo del compañero.


La familia de mi madre siempre fue algo así como una tribu con sus propias reglas, opiniones, diversiones y tradiciones. De esa familia salieron varios poetas, ingenieros, músicos, locos, y bueno, una actriz por el momento.


Mi padre, los quiere muchísimo pero a él siempre le han parecido raros, porque no se pelean, no se meten en la vida del otro ni se llaman más que para navidad. Por eso se quieren, claro. Mi madre, para refutar esta afirmación dice que cuando eran niños su sabia madre (mi abuela) los metía a todos (son cinco) en un cuarto para que se sacaran los ojos, se jalaran los pelos y se dijeran "ladelaverde", como dice ella. Por eso, de mayores ya estaban aburridos de pelearse y ya no tenían nada que echarse en cara. Así que aunque se vieran más seguido, no se pelearían. Ellos, ya pasaron por eso... Sabiamente, hace años...

1 comentario:

Anónimo dijo...

"que la tortilla se vuelva", esa cancion me la ponia mi viejo de chibolo, fue la primera vez que escuche decir mierda, sin roche.