martes, 30 de octubre de 2007

Little revolution

Estaba sentada una tarde estudiando la Revolución China en la mesa de mi comedor. Sobre mí, una gran bola de papel china y a mi alrededor, paredes rojas. Frente a mí, un pasillo en el que se encontraba el teléfono. El, respondiendo una llamada. Yo quería que él fuera sólo para mí. Odiaba su vida anterior. Odiaba a sus amigos, sus gustos anteriores, sus pasiones antiguas, su crecimiento sin mí. Lo estaba atando a mi vida dejándolo solo, alejándolo de su vida y apegándolo a la mía. A mis costumbres, mis amigos, mi risa, mi exterioridad...Quería un nuevo nacimiento. De mi seno, de mi vientre. Tábula rasa. Que no existiera un antes y que el después fuera sólo conmigo. Bajo mis reglas, mis gustos, mi mirada. Paré la oreja y miré de reojo como un animal esperando el ataque. ¿Quién llama a estas horas? ¿Quién te llama a cualquier hora? Intentaba recordar el nombre del revolucionario Chiang Kai Shek mientras pensaba en la ex novia que él había tenido hasta meses antes de estar conmigo y a la que había amado profundamente. Maldita. No quiero que hayas amado antes. Quiero ser la primera en todo. Haberte conocido en el colegio, llevar 15 años juntos. Encerrarnos en nuestro pequeño universo. No salir. La calle significa "otros", "otras", distracción, peligro, pelea, dolor, lágrima...Yo no salgo y tú tampoco. Encerrémonos aquí, con libros, pared roja y olor a crema.

El seguía hablando por teléfono y me miraba. Sentía también que yo lo miraba. El animal en celo, el ojo rojo bajo la bola china que él tanto conocía. Poco a poco, despertando. Lo miraba y él decía que "no gracias" a alguien en el teléfono. "No gracias". Gracias. Respiraba cada vez que él decía "No Gracias". Respiraba porque así se quedaría a mi lado mirándome aprender una revolución lejana, roja.

No quiero a tus amigos. Me caen mal. Me miran mal. No me quieren, puedo sentirlo. Tú me decías que no. Que ellos simplemente no me conocían. Que querían verme, quererme porque lo querían a él. Y yo, que no. Ellos quieren a la otra, a la fea esa, a la mounstrua. ¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste hacerme algo así? Amar a otra, llorar por otra. Quiero que llores sólo por mí y que mi imagen se quede clavada en tu memoria como lo único bueno que has tenido en tu vida. Desde mí, para adelante. Antes de mí, nada. Yo sí. Yo si he tenido una vida atractiva. Increíble. Aprende. Te cuento cosas que tú escuchas con admiración. Tú no me cuentes nada. No quiero saber. No me interesa. Me duele. La verdad, me duele.

El ojo rojo revolucionado te mira y pregunta por la llamada. Me dices que te estaban invitando a un conversatorio sobre arte, límites y no se qué. No entiendo te digo, te volteo la cara y te exijo que me dejes estudiar. Bajas la mirada y te vas. Yo bajo la mirada y me voy. Lejos. Más allá de la revolución. Más allá de Mao.

Me arrepiento para variar. No se como arreglar el caos que acabo de instalar en mi casa, en mi cabeza. Mi propia revolución empieza a atacarme. También es roja y agresiva. Veo la puerta de tu estudio que está cerrada y no se como tocar. ¿Tres toques? ¿Dos? No sé como entrar. Toco una vez y entro. Mi ojo ya no está rojo y tus ojos están tan verdes e infinitos como siempre. Me sonríes ampliamente y abres los brazos para acoger mi caos. Te quiero. Me sumerjo en tu pecho. Te quiero. Gracias. Cierra las ventanas. Quedémonos aquí. Cierra todo. Quedémonos aquí.

No hay comentarios: